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La revolución agrícola y su influencia en las primeras civilizaciones

Revolución es el cambio o transformación radical y profunda respecto al pasado inmediato.


Neolítico es un periodo de la Prehistoria que se inicia con la aparición de la agricultura y los primeros asentamientos en forma de aldea. Se extiende entre los años 8.000 y 3.000 antes de Cristo. Su nombre proviene de los términos griegos neo: nuevo y litos: piedra; es decir, la Nueva Edad de Piedra.
Se suele llamar a este periodo como el de la Revolución Neolítica o Revolución Agrícola, pues en él aparecen las primeras manifestaciones de actividad agrícola.
Esta transformación económica se desarrolló por la influencia del cambio climático que obligó a las poblaciones de bandas de pastores a dejar las montañas y bajar a las tierras de los valles en busca de las cada vez más escasas presas de caza; de hecho, deben abandonar las habitaciones que habían erigido en las orillas de los cursos de agua.
La necesidad de encontrar una actividad de subsistencia llevó a los hombres del Neolítico a la recolección y almacenamiento de cereales, que pronto iban a ser sembrados y cosechados. Paralelamente, el hombre logró domesticar a algunos animales pequeños como el perro.
El primer lugar donde apareció la agricultura fue en el Cercano Oriente (en la actual Turquía asiática) y los vestigios datan del año 8.000 antes de Cristo. También se han encontrado restos de actividad agrícola en el Valle del Indo que han sido fechados hacia el 7800 antes de Cristo. Sin embargo, se estima que recién en el año 3500 antes de Cristo algunas poblaciones lograron desarrollar la agricultura; el resto se mantuvo con sus hábitos de caza y recolección.



La adopción de la agricultura significó para sus usuarios la posibilidad de desarrollar civilizaciones más avanzadas que las de sus contemporáneos, debido a los cambios culturales que produjo. El más importante es el paso de grupos nómadas a poblaciones sedentarias, motivado por la necesidad de desarrollar la agricultura y la ganadería, y de establecer un lugar fijo de alimentación y residencia.
Consecuentemente, la sedentarización originó el desarrollo urbano y las ciudades; aunque es cierto que muchos grupos humanos que se dedicaban a la pesca en las regiones costeras vivían en especies de aldeas, no contaban con una organización funcional a la actividad económica y no habían logrado desarrollar ciudades.
Por otro lado, la adopción de la agricultura generó, por primera vez en la Historia del hombre, la posibilidad de contar con excedentes alimenticios y se produjo un fenómeno de crecimiento demográfico; es decir, la población tuvo un aumento sostenido en el tiempo.

La abundancia de alimentos, aseguró un gran crecimiento demográfico, lo que hizo crecer las aldeas que se transformaron en ciudades. Conjuntamente con la revolución técnica, la revolución agrícola condujo a una división y especialización del trabajo. Sólo bastaba que un sector de la población se dedicara a las faenas agrícolas para sustentar a la ciudad. Así, el resto comenzó a dedicarse a otros trabajos, actividades y productos. Se desarrollaron la artesanía, el arte, el comercio, la construcción y la administración.
De igual forma, la organización de la ciudad se hizo más compleja, llevando a la creación de instituciones, como el Estado y la Religión, las cuales ejercían el poder, establecían la administración, y dirigían los destinos del cuerpo social. Es decir que la sociedad alcanzó un alto grado de complejidad, en cuanto su organización y modo de vida.

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